jueves, 24 de junio de 2010

La Muerte loca

Por: Aldo Rodríguez




“Sólo la dosis hace a algo veneno” Paracelso

Se vive en una guerra, que está perdida.
Las balas, no los narcos, ni los militares, ni los buenos ni los malos, sino las balas, son ahora las vencedoras de una guerra que se combate de manera bestial, de gente civilizada que se comporta como animales mordiéndose por un territorio y dejando manchas de sangre por las banquetas, los cristales de las tiendas, los coches.
El miedo se difunde, se hace un comercio de él. Los medios muestran el peor rostro de la ciudad, muertos, degollados, ajustes de cuentas. La gente los consume y traslada su miedo a otro lado, a lo que causa, esa violencia.
La droga se sataniza y así se justifica que haya una guerra. Se tocan los nervios de la gente, “tus hijos pueden caer en la cocaína, la marihuana”. ¿A quién temerle? ¿A los narcos, a las drogas, a los “representantes” del pueblo que hacen guerras a los narcos y a las drogas? ¿A todos?
Mientras todos nos matamos o nos protegemos, la droga circula libremente. La gente, la policía, Calderón, Dios, todo el mundo sabe dónde encontrar droga. Todo el mundo conoce a alguien que consuma droga. La droga circula por la ciudad y por las venas de la sangre como lo ha hecho desde antes de las primeras civilizaciones.
Imaginemos que la guerra contra el Narco se gana, que los traficantes terminan en una fosa común y sus bienes pasan a ser, como siempre, del Estado. ¿Qué pasará con los usuarios? ¿Serán tan ingenuos como para pensar que simplemente, la droga desaparecerá o los usuarios dejarán de buscar y consumir?
La droga seguirá ahí, y con ella la ignorancia si no se combate un mal, con el racionamiento. Si casi la mitad de una ciudad es adicta, debe ser porque esa ciudad por sí misma hace daño. Escohotado afirmó alguna vez en una entrevista que una ciudad que crece y se desarrolla, deja cada vez menos espacio exterior al ciudadano. Un pobre tipo en una gran ciudad debe vivir en un espacio que paga con trabajo y estrés por cada metro cuadrado. Entonces, el individuo busca expandir el espacio interior. Es decir, el espacio físico se me cierra y me devora, entonces busco expandir el mundo intelectual, a ver si sirve de algo.




Hoy la simple y corta palabra “narco” nos hace temblar.
Los Narcocorridos son escuchados por el pueblo, y los más siceptibles consideran una grosería que un grupo de sombrerudos les haga canciones a sus héroes, que muchas veces on asesinos y traficantes de drogas. Una narco ejecución ya no es sólo un asesinato cualquiera, no, hay detrás toda una red de delincuencia organizada, una venganza, un juego de poder creado a base de muerte y negocios insalubres. Y, para terminar, para completar el mito, tenemos el Narcoshow, nunca he escuchado en otro lado este término aunque tampoco me atrevo a sugerir que yo lo inventé. Más bien, se ha ido alimentando sólo, ha ido creciendo como un niño al que hace falta alimentar para que crezca; no puede haber cobrado el tamaño que tiene de la nada: noticias en la tele y en los periódicos con palabras en rojo que inician con “narco” y terminan con una fotografía de cuerpos degollados o baleados, apología a los narco corridos, músicos involucrados en fiestas de traficantes, asesinatos accidentales de gente inocente por parte de nuestros benefactores (los militares), y más historias a las que estamos ya acostumbrados y que han empezado a tener auge gracias a cierta guerra que está de por sí, perdida, como bien lo dice el Mayo Zambada en una entrevista que le hace Proceso (2010).

Todo esto ha derivado en una cosa más o menos ambigua y deforme que se conoce como Narcocultura, que, si diéramos a las palabras la importancia que merecen, significaría algo así como la cultura derivada de fármacos que provocan estupor o somnolencia. Pero, dándole a los medios informativos el valor que merecen (o sea, el de imponer su forma simplista de recibir y mostrar cierta información), deberíamos llamar narcótico a todo aquello que pueda ser considerado una droga, da igual si su fin es dormir a un cuerpo, o al contrario, despertarlo y aclararle la mente.

Otra palabra que nos causa pesar es la de cultura. Si yo fuera un extraterrestre y empezara a conocer el idioma, definiría a la cultura del narco como el conocimiento, la información y el uso del narcótico, o de la droga. En cambio, en México la droga y el usuario no tienen ningún interés, por el contrario, la narcocultura no es la cultura del narco, sino la cultura del tráfico y los traficantes de sustancias ilícitas que no necesariamente son narcóticos. Como habitante de otro planeta e ignorante de éste, esperaría que la “narcocultura” nos hablara de la forma de comportarse y de ser de las señoras asiduas a los productos de Pfizer, para empezar. O las pulquerías que provén de su vicio a sus folklóricos parroquianos.

Esto que he dicho muestra, según yo, cómo a la droga, a su conocimiento y estudio, se le ningunea, igual que al usuario que sería en todo caso el principal afectado en esta lucha de poderes (gobierno contra traficantes). Pero él es el enfermo, el herido, el que ha pasado por quién sabe cuántos dolores en su vida que lo han convertido en un ser que no puede vivir sin su sustancia amada. Los medios informativos, como he dicho, son en gran parte responsables. Son ellos quienes hasta hace unos años, produjeron, según Eduardo del Río (Ríus, 2000), montones de alcohólicos hasta que se les puso fin a la publicidad en televisión. Son ellos quienes te recomiendan drogarte con varias dosis de café al día para que levantes tu ánimo y rindas más, pero también te recomiendan que vivas sin drogas (pero no especifican cuáles exactamente). Una estrategia publicitaria bastante efectiva a favor de las drogas (recordar la manzana de Eva, el deseo de lo prohibido), tan sólo en la Ciudad de México, el cuarenta por ciento de las personas usan drogas constantemente (Raúl Monge, 2009), sin necesidad de modelos anunciando cocaína ni rastafarios anunciando marihuana. No por nada Guillermo Fadanelli (2010) dijo que quién se empeña en luchar contra “las drogas”, como concepto general, lucha en contra del demonio, de la nada.

Pero no es momento de defender a los medios ni a quienes lucran con conceptos globales en los que encierran lo que les apetece, sino el fondo del asunto y a los principales afectados, a la droga y a los consumidores. Éstos últimos invadidos por dos vías distintas, opuestas incluso y a las que no se puede escapar.




Imaginemos a un trabajador estresado al que un malísimo y cruel amigo invita el primer cigarro de marihuana; el trabajador, hombre mayor, cansado y sin grandes metas en la vida decide que la marihuana le puede hacer ver la vida con un poco menos de pesimismo, que las noches ya no serán de cansancio y rutina familiar sino de risas y relajamiento. Éste hombre, interesado por la nueva planta que acaba de conocer, busca información acerca de ella; pero quizá no tiene Internet y no está acostumbrado a leer ni mucho menos a visitar una biblioteca. En la tele jamás hablan de ello, o al menos, nunca de una forma honesta poniendo los pros y los contras sobre la mesa; entonces la cultura de la droga y de la reducción de daños está automáticamente marginada, se convierte en una subcultura estudiada casi únicamente por algunos consumidores (o lo que es lo mismo, delincuentes o enfermos en el mejor de los casos). Entonces quizá el hombre no busque información y se quede en la ignorancia al respecto de su nuevo juguete. Imaginemos que al hombre le gusta tanto la marihuana que decide buscarla, sin embargo no es tan fácil como ir a pedir una caguama a la tienda o una cafiaspriina a la farmacia. ¿A dónde tiene que recurrir? Al diabólico mundo de la narcocultura, el hombre tendrá que buscarse a un narcomenudista que le venda por un precio que no puede comparar, tendrá que fumar una hierba que no hay modo de saber exactemente qué es o qué contiene y entonces, inevitablemente será cómplice directo o indirecto de esta cultura que ya tiene muchos seguidores, parte de su dinero servirá para comprar cuernos de chivo, botas o sombreros para que el mito del narco siga vivo. El consumidor tiene que ser parte de una cultura en la que en un principio no cree, pero que ha crecido subterráneamente sin más intereses que el dinero, la competencia, los territorios. Cosas ajenas a la sustancia en sí.
Todo por un poco de marihuana que bien puede crecer en cualquier jardín.

Cualquier persona que use una droga ilegal, está amarrado en los rieles del metro y dos vagones están a punto de pasar sobre él. Uno de ellos es el riel de la cultura del narcotráfico, el otro es la cultura de la droga. Los medios insisten en que el traficante es un hombre malvado, asesino y poderoso (qué escándalo armaron cuando apareció el Chapo en la revista Froves), insisten en que si te metes a sus filas, terminarás en prisión o muerto pero tendrás autos, cuernos de chivo, vivirás pocos años pero con dinero y poder. Los narco corridos recrean historias de héroes que incluso ven por su pueblo, las noticias muestran a traficantes que les dan trabajo a los jóvenes y que son honestos en su forma de proceder, contrario a un gobierno al que le importa muy poco la gente y que ocultan crímenes del mismo calibre que los narcos. Dos poderes parecidos, pero uno de ellos honesto, trabajador, violento e implaclable. El otro, mentiroso, manipulador y violencia. ¿A quién creerle, de qué lado ir, de los asesinos honestos o de los asesinos mentirosos; de los asesinos que te ofrecen un buen trabajo o de los asesinos que te ofrecen tres pesos por tu alma hasta el día de tu jubilación? La narcocultura va creciendo e incluso gente que no tiene que ver con ello, siente que sí lo está, que forma parte. Escuchar determinada música y vestir de cierta forma les hace sentirse parte de esa cultura, y quién sabe, quizá lleguen a ser parte de sus filas alguna vez. Han aprecido videos en Internet en los que se asesinan a personajes que trabajan para cierta organización delictiva, en los comentarios de dichos videos se suelen apreciar algunos de gente que se declara a favor y parte de dicha organización. La narcocultura va creando fanáticos y, a mi parecer, negativo, pues incluye un culto a la violencia que incluso los medios se han encargado de enaltecer. Violencia a la que nos acostumbrados sin más remedio.

Pero en cambio, nadie hace difusión de visitas de gente como Alex Gray o Albert Pla a nuestro país, promotores de la cultura y el conocimiento de las drogas. Nadie pregunta su opinión al Filósofo Escohotado respecto a estos momentos en los que la droga, o mejor dicho, los vendedores de droga, gente criminal, sean quienes luchan (aunque sea por el dinero) contra lo que Escohotado (1996) llamaría la cruzada contra las drogas. No, aquí es políticamente incorrecto informar sobre drogas ilegales, dicha palabra satanizada y manoseada al antojo de unos cuantos. Hace poco vi en una telenovela que alguien decía a su doctor: No quiero tener que tomar drogas para estar bien, doctor. Y el doctor (o el actor), basado en los guiones políticamente correctos de TV Azteca respondía: No son drogas, son tranquilizantes. ¿O es que las drogas dejan de ser drogas cuando se usan con fines médicos? Lo dudo, sólo la dosis hace de algo veneno.

El consumidor de sustancias sin receta siempre estará ahí, pidiendo drogas a quien las ofrezca. Hoy, por desgracia, y a fuerza de ningunear a los consumidores, los narcos se han ido abriendo paso a fuerza de violencia y corrupción (ésta última parte fundamental de la cultura no sólo del narco o del consumidor, sino del Mexicano) y son ellos quienes compiten entre sí por la distribución. No hay libre mercado, sólo balazos en los que resultan afectados incluso gente que nada tiene que ver. Los precursores de la guerra contra el narco creen que es la droga la que asesina a la gente, sin preocuparse por saber si es verdad o no (o incluso quizá lo saben y hay otros intereses detrás que no permiten el libre acceso a la droga), ignorando a quienes usan y estudian dichos fármacos. Fármacos que en su mayoría fueron usados con fines médicos. Si en las escuelas nos explicaran cuánta cocaína necesitamos ingerir para quedar fríos, no disminuiría su consumo, claro que no, pero el usuario sabrá qué hacer o no hacer para esquivar esa muerte que entra por la nariz y se convierte en placer. En cambio nos dan balas y guerra, balas que entran por cualquier parte del cuerpo y se convierten en muerte, en dolor, en sillas de ruedas de por vida.
Si hubiera acceso al conocimiento abierto y desprejuiciado de las drogas, será exactamente eso, conocimiento, cultura general. La cultura de la droga será una opción para el inculto y la atención médica un remedio para quienes gusten de la vida loca. En cambio con guerra y criminalización sólo accedemos a la marginalidad, al ocultamiento, a la ignorancia y, cómo no, a la muerte loca.

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